Wednesday, September 28, 2011

EL SEXO UN DIOS SIN IGLESIA.



Mi suerte sexual quedó echada, decidí no tomar terapia de reemplazo hormonal, prefiero tener una mala salud sexual que una mala salud mental, la mayoría de los médicos no la recomiendan, saben de sus efectos colaterales. Dicen que el cuerpo tarda entre dos y tres años en recuperar su capacidad de producir hormonas de nuevo, que se las ingenia bien sea usando la grasa corporal o cualquier cosa para hacerlo. Bien estoy cerca de que eso pase, a lo mejor regresa mi libido con más fuerza que nunca.
A veces, sólo a veces me entusiasma algún cuerpo humano (masculino y femenino) aunque reconozco que me resulta más excitante la mente del ser humano que sus cuerpos, pero sólo me entusiasma, luego llego a la conclusión que la atracción no amerita revolcarme invirtiendo tanta energía y tiempo en un orgasmo que dura tan poco, y que por suerte he tenido tantos.
Mi amigo G. dice que lo que yo tengo es hastío, que quedé saturada de tanta vida sexual que tuve, que el sexo es como la comida, uno termina por cansarse de ella.
Escucho a mis amigas recién entradas en los 40 hablar de sus conquistas sexuales con un entusiasmo increíble, como si hubieran conseguido el cielo con sus propias manos, la mayoría de ellas, vienen de relaciones matrimoniales monótonas, aburridas, cargadas de una fría y lógica racionalidad, que han estado ahí porque el hombre las mantenía, por los hijos, por costumbre, por miedo a que otra se quedara con lo “suyo” hasta que llegaron a ese momento crucial de todas las mujeres cuando el cuerpo grita más que nuestra voz, cuando no podemos silenciar nuestro derecho a ser sexualmente satisfechas y llega un varón cualquiera, pero que nosotros pensamos que es “único” y encaja con lo que necesitamos, nos prodiga suficiente de eso que no hemos tenido, y no es porque sea especial, es porque una fiera hambrienta vera un banquete en una rata muerta, lo demás ya lo sabemos, nos enamoramos porque pensamos que el tipo en cuestión es el único que sabe darnos orgasmos, hasta que descubrimos que no son ellos, que somos nosotras que estamos lo suficientemente calientes para encontrar placer en cualquier parte y en cualquier cuerpo. Pero no les digo nada, guardo un silencio cómplice, para no robarles la ingenuidad con que recorremos ese camino cuando hacemos del sexo un dios sin iglesia y sin reglas.